miércoles, 26 de octubre de 2016

Trashumante

Acerca una de sus manos vacías.
Contempla el viento del norte que trae aroma a cítricos
se desata en él un caótico sentir, una fiebre,
siente sus yemas como fuego vivo
entonces es cuando acerca una de sus manos vacías…
roza la frente de ella, hablan despacio muy despacio entre sí
las huellas dactilares con los cabellos marrones rojizos,
descienden los dedos como en un desierto de sal,
deciden apunarse sobre la montañosa nariz
hacer un breve descanso en la cima y retomar el camino de bajada,
bordear los labios como si constituyeran
un cráter volcánico misterioso a punto de explotar
pero luego los acarician despacio
comprendiendo que no es volcán sino puro y rojo río, lleno de peces
y es allí donde entiende
que ningún lugar queda lejos, que no hay norte ni sur
que todo es circular
que ama la geografía de cada lugar, de ella,
y la mano se mueve haciendo caso a esos pensamientos,
salta lunares, y se desvía por el mentón hacia un lado
se inserta en la llanura extensa del cuello
y se topa, en breve, en un desierto con dunas inhóspitas hasta
que comienza la subida.
La piel en este rincón es como un verde llano: muy fácil de caminarlo,
los dedos serpentean cada pezón
los envuelven, los hipnotizan con el tacto,
los erizan y los traicionan, los buscan, los pierden.
Hasta que cae en el ombligo la brisa del jadeo.
La mano ya no está vacía, la mano ahora es abrazo
la mano ahora está llena, concisa, vibrante, la mano ahora
deja marcas.
El viaje sigue, los dedos son trashumantes eternos
sin el azul del tiempo,
olfatean los nuevos rumbos,
no se limitan a los límites, paralelos y meridianos,
hablan todos los idiomas, saben todas las rutas, conocen todos los parajes,
no sacan pasajes, sólo caminan.
Bajan sobre el trecho que los llevan
desde el comienzo del abdomen hasta el pubis,
se entremezclan con la humedad amazónica
absorben la vida, la madre-tierra, el simbolismo indio,
la soledad del río, el mismo paisaje que visualizaron cruzando la boca,
investigan la dulzura, el terreno sin espejismos,
el claro y fresco sendero
que los lleva a una cueva llena de cascadas y vertederos,
de fertilidad, de bosque, de cuenca
espesa, tibia y solemne.
Sólo se detienen un momento allí
luego recorren las dos largas extensiones arenosas,
con fragancia a playas
impasibles de palmeras y caracoles,
las piernas,
blancas y arrolladas levemente
cuales laberintos, que la mano ya llena, ya extasiada de tanto mundo,
ya colmada de tanto punto cardinal,
roza consciente de la travesía por cada poro
y se divierte trepando la colina de una rodilla,
consolidando el siguiente paso en la pendiente nula de la tibia
saboreando lo rocoso del tobillo
hundiendo las yemas, de a poco, entre los dedos de los pies,
mientras ella, es decir el mundo,  es decir su mundo,
se desliza apenas, se despierta,
se despereza
y le sonríe desde la almohada llena de gaviotas.
escrito en Jul./2016

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