lunes, 31 de julio de 2017

La asociatividad de las batallas

Una nueva de las que más aturden, una nueva batalla con balas de fuego se abre paso, lleva halcones furiosos, guerreros de espadas de madera. Esa es la nueva que me toca, una batalla con gloria remota, cepillos de dientes a kilómetros uno de otro, madurez pobre pero sensata, perturbación de los sentidos y de la concentración, perdición. Esa es la descripción correcta: perdición.
Una batalla cotidiana que se abre paso entre sonidos difíciles-distintos, claros oscuros, y regreso a la abstracción eterna. Bucles infinitos, ¡infinitos!, que se asocian entre sí y me mandan a matar.
No lo viví antes, o sí pero diferente, o tal vez no al fin. ¿Por qué? ¿Porque condicioné mi destino? ¿Porque tengo responsabilidad en la destrucción a la que recurre mi propia cotidianidad? ¿Porque simplemente me rodeo de todo lo que me lleva a esa misma batalla colosal, como masoquista quejándose y rogando más a la vez?
No sé, pero dejame con mis ocurrencias estúpidas y mis pensamientos turbadores mientras tanto, que las batallas mismas ya me quitan demasiado tiempo, demasiado, peleando sin ganar.
escrito en Abr./2014 aprox.

domingo, 30 de julio de 2017

El eslabón

Le dije Gracias al chofer del colectivo ni bien frené y logré respirar. Corrí desde una cuadra atrás y no sabía, hasta que lo noté sonriendo, si me había visto en tamaño apuro por alcanzarlo. Además, no había nadie esperando en la parada, por lo cual no tenía un motivo para frenar, a no ser que.
Después de reírse y de mi Gracias sonrojado, desplegué la tarjeta y el pip vomitó un boleto. El calor en mi cuerpo me despertó de repente de la pereza matinal, y me reí de mí misma viéndome correr desde la ventanilla, es decir, con los ojos, quizás, del hombre que está a mi izquierda ahora y que parece observar todo con cautela y asombro.
Le dije Gracias al chofer como si su gesto significara el eslabón que perdí la mañana anterior, o la fe en la ternura que también pierdo algunos días. Le dije Gracias al chofer como si me hubiera salvado la vida.
escrito el 28/Jul./2017

viernes, 21 de julio de 2017

De frente y sin espera

Sucedió que en un momento tuve dos soles: uno a la izquierda y el otro a la derecha. Me encandilaban por igual, sentía la calentura exquisita y necesaria mientras el reloj daba las ocho y treinta. Los de repente asiáticos ojos vieron un reflejo perfecto del sol en la ventanilla.
Un portón pintado de violeta fue el escenario ideal para una chica con tacos altos y vestimenta formal que se dirigía en la misma dirección que el colectivo, la fila en el domo ascendía con la persona que se podría contar era la número doscientos, la laguna seguía intacta de luz, un barrio nuevo asomaba cada vez que alguien sonreía o hablaba del casamiento de Messi en alguno de los asientos, y yo iba contenta porque tenía, para mí, dos soles.
Uno a mi izquierda y otro a mi derecha.
Coloqué mis auriculares con la música respectiva en cada oído calentito y receptivo, me hacía la que nada, pero yo sabía que los soles se debatían guerras y jugaban a cuál calentaba más mi carne destemplada y mi desapego.
El mecanismo inconsciente que se descontrola con un mísero trabajo de bacheo; las bocinas y el epitafio de una fila de trámites provocaron que me ría descaradamente con los soles y me pusieran los pómulos colorados. Otra vez la sensación irónica de no ser parte de...
Y así sucedió que el reloj dio las ocho y treinta y seis y el colectivo se encontró con la monótona tarea de doblar cuando hay que doblar y que es como nosotros que tenemos que trabajar cuando hay que trabajar y comer cuando hay que comer y casarse cuando hay que casarse y salir de vacaciones cuando hay que salir de vacaciones y...
El colectivo dobló y se encontró con el este, de frente y sin espera.
Y así fue como, en una lenta pero firme secuencia, mis soles se hicieron uno.
escrito en Jun./2017