como si todos supiéramos dónde estamos parados,
en lo imprescindible de una marea de personas, gatos, edificios y señales
nos metemos en las cabezas los teoremas siempre dichos
y desparramados y repetidos, y nunca demostrados.
Hablarnos de todo lo que no sabemos ni de nosotros mismos
nos volvió tan predecibles como lo es
un escritor con unos mangos encima: sabemos de antemano
que se los va a gastar en birra.
Nos volvió tan verborrágicos como la señora desconocida
que se te pega en el bondi para contarte su vida y obra
mientras encima te toca ir parada.
Nos volvimos un requisito esencial para generar psicosis,
como es requisito esencial tener voz de pito para cantar bachata.
Nos volvimos irreparables
como la costumbre,
como las cenizas de los deseos,
como todo lo que rompemos cuando tocamos.
Nos volvimos inconscientes de lo que tenemos alrededor
y sabiondos de las reproducciones diarias de bocinazos, gritos, y oficinas con cafeteras.
Ahí estamos, comiendo porquerías y sanando el cuerpo con medicamentos innecesarios,
porque lo único que verdaderamente nos salva,
no lo tenemos a la vista,
y si lo tuviéramos posiblemente ya lo hubiéramos arruinado.
La humanidad, gente, es esa derrota anticipada de la naturaleza
que hoy llora en los bosques que ya no quedan;
la humanidad, gente, siempre anda al revés
siempre buscando métodos a los sentimientos,
siempre colocando etiquetas a las pocas cosas que nos quedan
para saborear y amar sin trámites.
La humanidad
es una pelota gigante de voces que a veces vomita, a veces sangra
para todos, para nadie, para uno mismo.
El verdadero universo que buscamos, en cambio, es ESO
que empezará el día que nos toquemos sin mirarnos de reojo,
que paseemos el alma delante de los demás para que la vean
la acaricien, la admiren, la acompañen
y la llenen de música, de abrazos, de mates amargos con menta,
de sábanas y cucharitas, de emociones, de teatro, de arte, de bares,
de voces de verdad,
de las voces que no son de este mundo,
de las que no suelen escucharse cerca de los carteles de negocios de ropa,
de las que no saben realmente dónde estamos parados
pero tampoco
tienen miedo.
escrito en Feb./2016 aprox.
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