Se atropellan de palabras; se inundan de ellas como yo ahora. Hacen crecer miles y miles de renglones de atropellos. Atropellan poesía, prosa, cantatas.
Pueden llegar a sangrar tanto...En las muelas, en las piernas, en el pecho. Se enarbolan de fracturas expuestas, de hematomas y de miradas expectantes de los otros, los que presencian los atropellos desde afuera.
Son los atropellados.
Apenas gritan cuando un nuevo golpe los sacude en plena calle, en plena vereda, en plena soledad. Vierten los suicidios de las células en la carne, lavan las heridas con el sol, y se inventan piernas, brazos, ojos, cráneos, codos, caderas.
Son los atropellados.
Poseen agujeros y roturas en cualquier parte de su cuerpo, en cualquier parte de su vida. Pero aún así, siguen comiendo, bebiendo y haciendo el amor. Se muerden en el coito, pero no les duele porque tienen dolores peores en las costillas, y no les importa. Al contrario, se echan a reír a pesar.
Son los atropellados.
No importa si fue un auto, un camión, una moto o un amor. Son los atropellados, advierten el peligro en el sólo respirar, en el sólo ir y ser. Son los atropellados, parapléjicos, mancos, rengos, acostumbrados a la existencia quebrada, al choque imperial de las sonrisas y de los llantos.
Mienten cuando dicen que no les duele. Pero no prefieren ni los sueros, ni los calmantes ni los yesos. Ellos quieren que se les venga el mundo así, atropellándose como siempre, llevándose los dolores al viento, quebrándoles los huesos. Ellos quieren que se les venga el mundo así, sin anestesias, sin filtro, sin mentira.
Ellos quieren que se les venga el mundo así, que la vida los atropelle de nuevo, y que los encuentre como valientes astronautas de la verdad, que se bancan la posta con las heridas viejas a medio sanar, con los brazos abiertos, con los prejuicios cerrados.
escrito en May./2015 aprox.
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