la vida
sensoreada, monitoreada por nuestras manos;
los dos
creciendo entre sinuosos párpados que nos miran.
La cinta de Moebius,
las pausas encontradas,
los soplidos en el pecho,
la saliva desechada.
Extasiando, sí, al unísono
nuestros cuerpos incandescentes
misteriosos cuerpos
y pliegues de piel significando sonrisas (miles).
Ampollas del fuego,
viejas heridas
y luego, la penetración.
Todo eso es etéreo y eterno a la vez,
es la fundición de metales,
la Vía Láctea,
un perro hambriento y sin hogar,
la angustia dulce de saber
que se acerca el final
que el arriba el abajo el debajo el sobre,
el supuesto martirio
se va empapando hasta llenarse de humedad,
hasta caer de tanto peso,
hasta ceder el sudor a la almohada.
Empotrándonos todo el mareo
que transporta esa falta de aire
que nos promete segundos de inconsciencia
al alcanzar la sensual muerte.
Y al primer minuto posterior,
cada lengua se deshace
investigando un poco más
la dormida impronta del adiós.
Convenciéndome de que a partir de ahora
saciando sedes atrasadas y de manera incansable
te voy a perseguir.
escrito en Oct./2014 aprox.
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