Y lo compré con ilusión, fue como comprar un puñado de chocomaníes, fue como volver a la niñez, y pensar en el cielo; quizás llegase allá donde mi abuelo nos espera. Quizás quedaba atascado en él, y lo traíamos de vuelta para acá. ¡Quién sabe!
Por eso me da pena, mucha pena. Porque esas cosas nunca se corroboran, porque siempre pasa algo antes. Y en este rincón oscuro e insólito, donde me encuentro, con ganas de tomar cerveza hasta perder la conciencia, hasta perder el orgullo, hasta perder lo poco que me queda, hasta perder, sólo pienso en él. Nunca lo estrenamos, pobre. Quedó ahí, enrrollado, y quién sabe hasta cuándo.
Me da pena, nos habrá quedado mirando tantas veces, y eso que lo llevamos al río, pero nos olvidamos un poco de él porque la pasamos tan bien, tan abrigados en nosotros, en un fueguito. Tan simbióticos comiendo pizza y tomando cerveza enfriada con el agua de río...
Igual, en parte, quizás mejor para él, porque... Mirá si lo perdía, no, mirá si lo perdía como una vez donde hicimos volar uno tan lindo, tan bien, que se me fue de las manos de tanto viento.
Todo en esta vida tiene su simbolismo, o al menos yo lo encuentro. Y me parece que en este caso, me da pena por una razón que acabo de descubrir como inconclusa pero casi precisa. Una conclusión muy sencilla y olvidable, y con tintes melancólicos, que más que conclusión es intento de explicación de algo que no se puede explicar: siempre vamos a ser ese barrilete que quedó sin remontar.
escrito en Ene./2014 aprox.
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