Hay una luz de frente, que me hace achinar un poco los ojos cuando la miro; está prendida todo el día, no sé por qué, y seguramente lo voy a preguntar (siempre me acuerdo de no olvidarme de preguntar todo…).
Me gusta. El murito donde estoy recostada es áspero, rugoso en mis codos, y yo respiro como si fuera cansancio pero sólo es un poco de fin de año entre mis átomos.
Diciembre. Me gusta, porque me hace escribir.
Y mientras tanto, finito, grave, lejano, suena Lou Reed desde dentro, do dodo dodo do-do-do do dodo dodo do-do-do, canto (cuando se me canta, yo canto, dice una canción) y respiro nuevamente.
Ey, gatito, ¿tenés hambre? Me mira fijo y se va, como diciendo quién es ésta.
Che gatito, recién llegué, pero te cuento algo: me encanta escribir.
Salí afuera, porque afuera es el todo, adentro es la cueva, la cerrada cantata; el codito, la esquina, de mis pensamientos, donde encuentro de todo: ideas, ganas, metas. Entonces, creo que por eso, salí afuera; para salir un rato de mí. Y después miré con detenimiento la escalera, el tipo entrando a su departamento, las mil ventanas en lo alto de un edificio que, calculo, quedará a tres cuadras de acá. Y algo fluyó, algo pasó, algo se fue y vino como humo, y la rugosidad y el gatito y el asombro y la cueva y Lou Reed, y todo, todo, me fue gustando…
Sí, me gusta. Porque me hace escribir.
escrito en Dic./2014 aprox.
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