Se hace de día durante un segundo cuando un acorde agudo penetra en el tímpano; después, noche de nuevo, hacemos gárgaras con lo que quede de nosotros, inventando brazos para agitar un poco, inventando pies para saltarlos, inventándonos para ser. Crua chaaaaaaan, gritamos como imbéciles, felices imbéciles. Y ninguna risa se mezquina, ninguna sonrisa tiene dueño, todos somos uno, no se mezquina nada porque no hay mezquinos.
Y porque podemos elucubrar vacíos enormes repletos de adrenalina, y en cada salto una nueva meta, reticular, que se abre paso ante los parlantes. Todo va siendo como es, inmenso, y yo, con mi ansiosa cara de mueca alegre, me aprecio el valor un momento, y grito ¡Sueña un sueño imposible!, porque todos los sueños son en realidad imposibles, porque mientras sean sueños, eso son, imposibilidad, flagelo, miedo, placer.
Pienso… en qué planeta cabrían tantas historias juntas encerraditas en una sola noche. ¿En el mío? ¿En el de todos? Por eso chocamos, por eso los planetas chocan, y hasta algunas veces además se alinean. En la noche que me da la bienvenida con este combo de suertes, me planto en una sola rama: la de la música. Sí, soy espanto, soy viento, soy lágrima, soy juvenil ancianidad, soy todos mis sueños imposibles, y la vibración, esa vibración que me pone la piel de pollo, la cabeza de giros.
El disfrute en la piel.
escrito en Nov./2014 aprox.
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