sábado, 24 de febrero de 2018

A M.

Rimbaud como un niño vidente sin barrilete ni globo y, sin embargo, con un juego hipnótico de palabras (¿querés jugar vos también, alma?), un Lennon para descubrir, un disco fantasíadoble (porque "si no hay amor, que no haya nada entonces"), tu mente que es una mente de diamante como tu alma (tu mente me seduce, envuelve y alegra), la pasión y el dolor como mecanismos sin estructura y, sin embargo, tan fuertes, tan potentes y eficientes para la sensibilidad de tus ojos, tus manos, tu lengua, tus oídos, ¡tus sentidos! que me animo a decir "¡como los míos!", así de abiertos al mundo, así de cerrados a la bazofia, así de abiertos a la poesía de la vida (esa que no siempre está escrita en un libro),  así de cerrados a lo normal, así de abiertos a lo invisible, me siento así de abierta y febril hablando con tu mente y con tu corazón.
A veces es un viaje nuevo, a veces un regreso, pero eso sí, siempre es un movimiento, siempre conmigo, un movimiento intenso que devora todo, el pasado reducido a la nada misma, el futuro que llegó hace rato y el presente que no existe y, sin embargo, lo siento como una mariposa a punto de morir, que está llena de colores, y que vuela y se reproduce y bebe néctar y se va y vuelve y aletea y jamás se pregunta qué hace la mierda en esa esquina sino que la convierte y le saca la esencia de mierda para ser un factor más improvisado en la maraña de cosas que nos rodean pero...ES. ES, como vos y como yo, llorando por un desconcierto de concierto que nunca más vivirá si creemos en las palabras y las melodías.
Y yo sé que vos creés. Y yo sé que yo creo. Sino, no estaríamos recordando a Rimbaud ni traduciendo a Lennon, ni llorando.

escrito en Mar./2017 aprox.

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