lunes, 19 de febrero de 2018

No hay nada que la apague

La voz recorre los pasillos blancos,
gira en torno a las sillas inmóviles
y atraviesa, atenuada, la puerta central,
que tiene sus vidrios empañados y azules,
porque el frío azotó su madrugada
y ahora el sol le devuelve el calor en forma de agua.
La voz traspasa los árboles más jóvenes,
y devora el canto del pájaro que ahora escapa.
Llega hasta el camino rodeado de pasto,
lucha contra el ruido de la ruta,
pervertida de camiones, colectivos y autos,
minada de dureza gris y señales de tránsito.
Cae lentamente en mis oídos,
absuelve las voces anteriores,
eleva el volumen y se presenta enérgica,
me susurra en los tímpanos las verdades ocultas.
Ha viajado a través de eras y siglos,
me cuenta detalles de cada uno de ellos,
hasta que llega al momento de mi nacimiento y me nombra,
no como palabra, sino como sonido,
a partir de lo cual, formo parte
de los complejos acordes de la vida.
Nadie sabe con qué voz se encuentra
en el momento adecuado,
nadie sabe de dónde sale la voz
y por qué aparece.
Sólo se conoce su precisión y prolijidad
para envolver la mente y proveer calma.
Algunos creen que es una voz interior,
otros teorizan con la voz del mundo.
Algunos creen que oírla es aterrizar en la demencia.
Yo creo en ella porque no hay nada que la apague.
escrito en Ago./2017 aprox.

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