Ahí suele venir la parte donde mis manos se juntan apenas y piden algo que no sé qué es. Así se mantienen un momento, hasta que luego, lacrimógenas, apartan un grito y se dejan finalmente vulnerar por un espasmo, cerrado y ahogado, a través del cual le doy un abrazo al aire. Sí. Carente de otros brazos, abrazo al aire, mi aire, mi hueco, mi vacío oxígeno húmedo. Lo aprieto como si recibiera a la vez la calidez y el alivio de un abrazo real; pero no lo recibo.
Entonces, prácticamente, orillando las vergüenzas olvidadas, marco el número. “¿Delivery de abrazos? Sí, a Carlos Boggio 487, uno fuerte y duradero, y una Schneider. Por favor”.
escrito en Sep./2014 aprox.
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