Podría decir con seguridad que los kilómetros son la nada misma, que la distancia pierde su sentido y concepto como tal en esta sintonía.
Podría decir con exaltación que encontré la llave del mandala y giré hacia él, como laberinto y como apertura, como un río metafísico, como dualidad sin quietud.
Podría decir todo lo que el lenguaje me permita, con palabras simples como los días.
Podría también callar,
perdurar y ser vidente, confiarme,
creer que todo está dicho.
Podría empezar a gritar los verbos que lo envuelven y sonreír cuando deba llorar para confundir al aire y sentirme lluvia caprichosa.
Podría verlo inmenso y febril, sobre mis pechos, mirándome como si mirara una pintura de Klimt y sus ojos estuvieran llenos de oro.
Podría reconocerlo aun entre millones de personas y personajes con solo cerrar los ojos y visualizarlo como yo quiero; los abriría y allí estaría, frente a mí.
Podría regar con savia sus filamentos más nobles y rogarle que sea mar para lamer su sal y ahogarme por siempre en él.
Podría inventar el siempre y que la eternidad se llame infinito y se apellide hoy.
Podría hacer todo lo que siempre pude, pero no sabía que podía hacerlo y entonces ¡eureka! puedo porque lo amo y lo amo porque puedo amar todo lo que se abra como el cielo, todo lo que se libere como el instinto, todo lo que se absuelva como el viento, todo lo que vuele como las semillas, todo lo que renazca en el arte y brille candente con su tercer ojo.
Podría dejar de escribir sobre esto y sólo sumergirme en él como hago desde hace siglos... Las partículas se han encontrado, el entrelazamiento cuántico perenne ha desembocado en armonía, podría dejar de escribir sobre esto, pero las palabras trajeron a nuestras almas al reencuentro, y entonces palabras medio, palabras camino, palabras tránsito y palabras destino, siempre serán el amuleto.
escrito en Sep./2017 aprox.
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