que nadie intente soslayar la cotidianeidad,
esa maquinaria que nos hace apagar alarmas con la mano dormida,
que nos hace ver en una ventana la vuelta del sol,
que nos recorre con un algoritmo programado
y nos ordena si - según - mientras que - repetir hasta,
que nadie pretenda la revolución de nadie,
para que exista el vientre
en el que nos recostamos a nacer de nuevo,
que no necesitemos el regreso de nada, de ninguna forma conocida
para enredarnos con el fuego.
Que nos brote en los dedos el entusiasmo,
que cada noche sea una agonía,
que no confiemos en los dictados,
que no tengamos filtro.
Que nos pique el infinito
que nos rasquemos.
Y no preguntemos dónde cómo ni cuándo
encontraremos el sentido,
que solo acabemos el cuadro
escupamos los rezos
caminemos sin culpa.
escrito el 25/Sep./2018
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