limpia el polvo de las botas
y se sube a un nueve vacío.
Puede ser cualquier día de la semana,
eso es lo de menos;
ella jamás absorbe la incoherencia del calendario.
Pero sí responde a los mecanismos,
y a veces se sorprende todavía
rompiendo reglas que encuentra.
Te ve, en ese punto
que atraviesa su mirada,
tiene una epifanía donde dormís a su lado,
o la amás, o le decís abrázame inocentemente así,
elige, porque puede.
Te ve, en ese punto
y la imagen se vuelve ya parte de ella,
deja de ser una pantalla,
viaja, adora la teletransportación.
Está con vos, te ve cruzar una vereda,
te ve caminar por un bosquecito,
te ve observar el césped,
una vaquita de San Antonio,
un arroyo que calma,
una calma que huele cuando se acerca a vos
y vos sólo sentís una brisa
y no sabes bien de dónde viene,
está con vos, te ve prender un cigarro
y tirarte en el sol
y te susurra los pensamientos que crees que son propios
de tu incansable mente,
pero esta vez es ella, y en un momento
se da cuenta que debe bajar del nueve pronto,
que faltan apenas unas pocas cuadras.
Se despide de vos con un beso
que llega a Córdoba en forma de canto de pájaro,
y cuando pone el pie en el escalón para descender,
se acuerda de repente de la existencia de una pared,
y te escribe en un segundo lo que desea que recuerdes siempre.
Ella no puede hacer otra cosa.
Caminante como cualquiera, termina de bajar
y respira el aire que dejó sin devorar el movimiento del colectivo,
se ríe mientras las botas se le llenan de polvo
y te ama tanto que no puede despertarse sin amar.
escrito en Sep./2017
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